Un reciente estudio realizado por investigadores de la Universidad de Bristol en el Reino Unido arroja luz sobre los impactos negativos que los turnos de noche pueden tener en el organismo humano. Este equipo de científicos se adentró en la compleja relación entre las hormonas encargadas de regular nuestros ciclos de sueño-vigilia y nuestros patrones de alimentación diaria. Los resultados de su investigación apuntan a una conclusión preocupante: la alteración de los ritmos circadianos puede tener un efecto significativo en nuestra conducta alimentaria.
Los efectos secundarios de trabajar en turnos nocturnos o diurnos son lamentablemente comunes, y entre ellos se incluyen el aumento de peso, la diabetes, el cáncer, la depresión y problemas cardíacos. Además de estos problemas de salud, la alteración de los ritmos circadianos y de los horarios de las comidas puede tener un impacto adverso en el funcionamiento de nuestro metabolismo.
El experimento llevado a cabo por estos científicos consistió en modificar los ritmos de actividad de ratas de laboratorio. Esto se logró inyectando una hormona llamada corticosterona, que en términos humanos es equivalente al cortisol, una hormona glucocorticoide que juega un papel esencial en la regulación de nuestros ritmos biológicos. La corticosterona aumenta bruscamente antes de que despertemos y disminuye gradualmente a lo largo del día.
Las ratas que recibieron ráfagas de corticosterona en momentos inapropiados, fuera de sincronía con los ciclos de luz y oscuridad, presentaron alteraciones en su ritmo de actividad. Curiosamente, estas ratas consumieron casi la mitad de su ración diaria de alimento durante el período en que normalmente deberían estar descansando. Esto sugiere que la alteración de los ritmos circadianos y los horarios de las comidas puede llevar a una conducta alimentaria inusual.
Además, las ratas con niveles alterados de corticosterona mostraron un aumento en la expresión de genes que producen proteínas estimulantes del apetito en momentos en que estos genes deberían estar inactivos. Esta situación, combinada con la supresión de genes que reducen el apetito durante las horas de sueño, probablemente conduce a un mayor deseo de comer durante la fase inactiva del día.
Aunque las ratas no experimentaron un aumento significativo de peso o masa grasa debido a este cambio de horario, sí se observó una desviación en su patrón alimentario normal. Los investigadores sugieren que este fenómeno se debe a la mayor actividad de genes que regulan el apetito en momentos inapropiados.
En resumen, este estudio pone de manifiesto la importancia de mantener un ritmo circadiano adecuado para preservar la salud. Los trabajadores en turnos nocturnos y las personas con horarios de vida irregulares deben ser conscientes de los posibles efectos adversos en su conducta alimentaria y, en última instancia, en su bienestar general. A medida que continuamos explorando los misterios de nuestros ritmos biológicos, es fundamental tener en cuenta cómo afectan a nuestra salud y calidad de vida.